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Otra PĆ”gina del Submarino C3. Another Page dedicated to Submarine C3. TrascripciĆ³n del artĆ­culo publicado en la REVISTA GENERAL DE MARINA de Junio de 1996 - Tomo 230
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Libro Completo: Los SueƱos Perdidos.VERSION COMPLETA

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En esta pĆ”gina y por gentileza de la autora, podemos leer el libro: Ā«Los SueƱos Perdidos. CrĆ³nica de un marino espaƱolĀ»,  publicado en la EDITORIAL DE LA UPV (Universidad PolitĆ©cnica de Valencia, EspaƱa) precedido por un interesante prĆ³logo en el que la autora habla sobre ella y sobre las circunstancias que rodearon la trĆ”gica historia del Submarino C3.

El material que se reproduce aquĆ­ estĆ” protegido por derechos de propiedad intelectual de la Autora y no se puede reproducir, sin su previo consentimiento. Esperamos que su lectura te resulte interesante.

 

ATENCION: Incluimos la versiĆ³n Ć­ntegra y Ćŗltima del libro completamente actualizado. Te invitamos a leerlo de nuevo.

PrĆ³logo

Soy Rita Campillo Ruiz, sobrina de JoaquĆ­n Ruiz Baeza – Cabo de electricidad y torpedos- del Submarino C-3 hundido en aguas de la bahĆ­a de MĆ”laga el dĆ­a doce de diciembre de mil novecientos treinta y seis por un submarino alemĆ”n, el U-34, en un acto de piraterĆ­a propiciado por una misiĆ³n que harĆ­a enrojecer a cualquier militar de honor.

Y digo esto porque para mĆ­ hay dos pilares bĆ”sicos en los que se basa o deberĆ­a basarse la dignidad de un militar, a saber, el honor por llevar el uniforme que simboliza a su patria y el valor para enfrentarse a su misiĆ³n.

Nada de esto se dio en la denominada ā€œOPERACIƓN ƚRSULAā€.

El submarino U-34 realizĆ³ su larga misiĆ³n sin bandera, sin pabellĆ³n, sin nĆŗmero, con uniformes espaƱoles a bordo para cambiarlos por los propios si fracasaban y eran detenidos, agazapado en las sombras buscando un blanco fĆ”cil con el que experimentar su armamento para hacer pruebas reales que probaran la eficacia de unos torpedos que fallaban continuamente y con un juramento previo, hecho bajo pena de muerte, de todos sus hombres de no contar jamĆ”s la misiĆ³n en la que intervenĆ­an.

Todo ello para entrenar a su paĆ­s y sus aliados fascistas para perpetrar lo que estĆ” considerado como el mayor holocausto de la Historia, la Segunda Guerra Mundial que, casualmente, comenzĆ³ cuando acabĆ³ nuestra Guerra Civil.
Pero no hablarĆ© aquĆ­ de guerras sino de sus vĆ­ctimas, sobre todo de aquellas que nunca tuvieron voz y – como dice mi buen amigo Antonio Polo GonzĆ”lez ā€“ ā€œno empezaron ni terminaron ninguna guerraā€.

En febrero del aƱo dos mil tres, la Universidad PolitĆ©cnica de Valencia me publicĆ³ un libro que escribĆ­ en memoria de los treinta y siete marinos desaparecidos con el C-3 y que, tras sesenta y dos aƱos de olvido, en mil novecientos noventa y ocho, volvĆ­a a cobrar vida y ā€œconquistĆ³ de nuevo el derecho a tener un lugar concreto bajo las estrellas : [ N 36Āŗ 39Ā“ 52,5Ā“Ā“ W 4Āŗ 21Ā“33,5Ā“Ā“]ā€ segĆŗn las palabras de Antonio Polo.

Encontrareis el libro completo, ā€œLos sueƱos perdidos. CrĆ³nica de un marino espaƱolā€ asĆ­ como historias diversas acerca de algunos de aquellos hombres, tantos como he podido alcanzar a recopilar por conocer parte de sus vidas. TambiĆ©n me acompaƱaran en Ć©sta travesĆ­a amigos amantes del tema.

Deseo que os agrade lo que con todo el cariƱo hemos hecho.

Bienvenido amigo de la Mar y de los hombres de la Mar.

Es Ʃsta es parte de una pƔgina que construyo para ti con la esperanza de que conozcamos algunos retazos de las historias que configuran la Historia.

Porque, siempre, inexorablemente, la Historia olvida a los ā€œdesconocidosā€ que la hicieron posible, en el mejor de los casos levanta un mausoleo en su genĆ©rico nombre y entierra en Ć©l sus memorias, sus ilusiones mĆ”s genuinas, sus humildes vidas.

La historia del Submarino C-3 no es un caso diferente aunque los hombres que lo tripulaban y desde su nave intentaron luchar por la paz de su Patria, tienen nombre y apellidos.

Unos nombres y apellidos tras los que se hallan vidas de esfuerzo, de trabajo denodado, de amor a su profesiĆ³n, de disciplina, de valentĆ­a y tambiĆ©n de sueƱos sencillos como pueden ser el mirar de nuevo al ser amado, la caricia tierna de un hijo, el calor de unos padres, la ilusiĆ³n intacta de una joven hermana, el respeto de un hermano de ideas contrarias.

Esa historia, tan prĆ³xima y tan lejana a la Historia de las armas y de las batallas de uno u otro signo, es la que casi nunca conocemos.

Tal vez, si conociƩramos ese lado humano, las guerras no tendrƭan cabida en nuestras vidas. Al pensamiento de crueldad que subyace en nuestras mentes y nos hace rechazar cualquier conflicto en el que se mata y se muere, se unirƭa la pena por los miles de millones de sueƱos perdidos de seres que nacieron con el derecho a ser felices.

Y a ellos, a los tripulantes del C-3, ese derecho les fue arrebatado con intransigencia, exaltada al extremo, por sus propios hermanos.

Fueron vĆ­ctimas de la mayor de las crueldades, aquella que enfrenta la misma sangre y hace que quede tras su paso la derrota mĆ”s amarga, aquella en la que sĆ³lo hay vencidos.

Si todas las guerras son crueles y Ć©tica y moralmente incuestionables, nada mĆ”s parecido a la pĆ©rdida de la razĆ³n que una guerra llamada irĆ³nicamente civil, la guerra de los hermanos.

Porque si en los combates se pierde la vida, tras Ć©stos sĆ³lo es cuestiĆ³n de tiempo para que aparezcan los instintos mĆ”s bajos, aquellos que hacen que quede en entredicho la dignidad del ser humano.

Y de entre los ā€œdesconocidosā€ surgen los ā€œolvidadosā€, aquellos para los que los derechos mĆ”s elementales no existen, aquellos cuyo nombre no se puede ni recordar en voz alta, aquellos cuyo estigma arrastran sus familias y seres queridos como una pesada cruz de la que nadie puede liberarlos.

Yo, me he permitido, modestamente, luchar contra este olvido escribiendo pequeƱos retazos de la historia de un ā€œdesaparecido olvidadoā€, para conjurar su recuerdo.

Algo sobre mĆ­

NacĆ­ en Santomera, Murcia, lustros despuĆ©s de la desapariciĆ³n del Submarino C-3 pero con su estela pegada a la piel.
Y digo esto porque mi abuela materna, madre de JoaquĆ­n Ruiz, viviĆ³ en mi casa hasta su muerte acaecida en mil novecientos setenta y tres cuando contaba noventa y ocho aƱos.

Desde donde se inicia mi memoria la recuerdo contƔndonos a mi hermano y a mƭ la historia del hijo perdido.

A mĆ­ me sorprendĆ­a que siempre lo hiciera entre susurros, sentada eternamente en la mecedora de su habitaciĆ³n y con la puerta cerrada.

Mi hermano y yo la escuchƔbamos transidos y sobrecogidos porque cada dƭa, cada palabra parecƭa encerrar mƔs dolor que las anteriores.

Sus relatos remataban, inexorablemente, con el rezo de un rosario que parecƭa suponer para ella el cierre momentƔneo de un duelo insuperable.

Luego, renovĆ”bamos las ā€œmariposasā€, lamparillas que nadaban en un tazĆ³n de agua con unas gotas de aceite, encendĆ­amos su pequeƱa mecha y la luz parpadeante nos mostraba, a rĆ”fagas, la cara del tĆ­o que desde su portarretratos de madera nos miraba sonriente.

Mi hermano y yo salĆ­amos de la habitaciĆ³n con un poco mĆ”s de admiraciĆ³n por aquel buen hijo y, en silencio, nuestras miradas se preguntaban por quĆ© no podĆ­amos hablar de Ć©l abiertamente, contarle a nuestros amigos cosas de Ć©l, por quĆ© Ć©ramos depositarios de un secreto que se perpetuaba dĆ­a a dĆ­a.

Y, entonces, buscĆ”bamos, sin hacer ruido, en el cofre donde mi madre guardaba aĆŗn parte de su ajuar, las fotos de Ć©l, las extendĆ­amos en el suelo y, sentados frente a ellas, sentĆ­amos una gran congoja por no haberlo conocido.

RecogĆ­amos todo en silencio, como si de reliquias se tratara y nos recomponĆ­amos pensando que enseguida nos tocarĆ­a ir a nuestro mausoleo particular, la casa de la familia que la abuela habĆ­a cerrado con todos sus recuerdos dentro para venirse a vivir con su hija el dĆ­a que naciĆ³ mi hermano.

SolĆ­amos ir a la casa unas tres veces a la semana porque, en una inmensa conejera de obra que estaba en el patio de la higuera, mis padres criaban conejos para nuestro consumo.

DespuƩs de venir del colegio por la tarde, cogƭamos la merienda y unos haces de hierba y nos ƭbamos a la casa que estaba en el extremo opuesto del pueblo, casi donde Ʃste acababa.

EntrĆ”bamos por la puerta del patio, cumplĆ­amos nuestra encomienda y nos colĆ”bamos por las estancias. Todas estaban igual que cuando se hallaba habitada salvo la habitaciĆ³n del tĆ­o JoaquĆ­n que habĆ­a sido sellada con un candado con todas sus cosas adentro.

Mi hermano habĆ­a encontrado la manera de abrir el candado sin que se notase de modo que cada dĆ­a, dedicĆ”bamos un rato a merodear por entre los muebles apilados, los papeles y libros guardados en cajas, los objetos que habĆ­an ido acumulĆ”ndose tras sus viajes, sus ropas, sus armas, sus cartas,ā€¦

Recuerdo muchos papeles finos, como transparentes, casi ya amarillentos y con una letra de mƔquina azul violƔceo, procedƭan de la Armada Republicana e iban dirigidos al abuelo.

Mi hermano y yo nos mirƔbamos asustados, en el colegio nos decƭan que aquellos hombres habƭan sido malos, muy malos, culpables de que EspaƱa hubiera sufrido una guerra y que estaban todos en el infierno.

Llenos de culpa por la violaciĆ³n del secreto familiar, salĆ­amos de la habitaciĆ³n, recomponĆ­amos el candado y con la cabeza baja volvĆ­amos a casa con el temor de que nos notaran lo que habĆ­amos hecho.

Para entonces, yo ya estaba enamorada de la historia de mi tĆ­o, en secreto, con la fuerza que tan sĆ³lo tienen los amores contrariados aunque me llevarĆ­a muchos aƱos comprender muchas cosas.

La abuela muriĆ³ antes que el dictador, se apagĆ³ un dĆ­a de noviembre al mismo tiempo que lo hacĆ­an las ā€œmariposasā€ del tazĆ³n. En ese momento, yo estudiaba cuarto curso de Ingenieros AgrĆ³nomos en Valencia y luchaba en la clandestinidad por la democracia.

Desde que empecĆ© la carrera, varias veces estuve a punto de ser detenida y, por supuesto, siempre estuve ā€œfichadaā€ con lo que la Beca Salario que me permitĆ­a estudiar permaneciĆ³ en constante peligro y el expediente acadĆ©mico que habrĆ­a acabado con mi carrera siempre se cerniĆ³ sobre mĆ­.

Afortunadamente nada de esto sucediĆ³, acabĆ© mis estudios con veintidĆ³s aƱos casi al tiempo que mi hermano obtenĆ­a su cĆ”tedra tras doctorarse en Ciencias QuĆ­micas en Murcia. ComencĆ© a trabajar en el IRYDA de Alicante y tuvimos la oportunidad de vivir la agonĆ­a del dragĆ³n que acabĆ³ un veinte de noviembre cerrando un tormento para mi familia que habĆ­a durado treinta y seis aƱos, siete meses y veinte dĆ­as con sus noches.

A partir de ese instante mi madre perdiĆ³ parte del miedo que siempre la tuvo atenazada por la historia del hermano republicano y se erigiĆ³ en depositaria de la memoria de la familia.

Entonces me di cuenta plenamente de que su dolor era comparable al que habĆ­a reconocido en la abuela, sin lĆ­mites, y que siempre habĆ­a sido asĆ­ aĆŗn cuando su fuerza hubiera logrado contenerlo.

HabĆ­a perdido al gran amor de su vida, mi padre, nueve aƱos antes y, al dolor de esta pĆ©rdida que jamĆ”s superĆ³, se uniĆ³ entonces, cuando se pudo volver a recordar, el dolor de su juventud destrozada por la pĆ©rdida del hermano desaparecido y olvidado.

Y siempre me decĆ­a, ā€œNena, es que un desaparecido nunca se acaba de morir, te mueres tĆŗ antes esperĆ”ndolo, como les pasĆ³ a los abuelosā€.

Y tenĆ­a razĆ³n. El destino, siempre tan imprevisible, quiso que mi hermano encontrara el domingo ocho de noviembre de mil novecientos noventa y ocho, en el diario ā€œEl PaĆ­sā€, un reportaje que hablaba del hallazgo en MĆ”laga del pecio del C-3 y su reconocimiento de autenticidad por parte de la Armada EspaƱola.

Me quedĆ© muda cuando me lo enseĆ±Ć³, nos miramos sin saber quĆ© decirnos, creo que los pensamientos de ambos volaban hacia mi madre intentando protegerla de la noticia, otra vez el hermano vivo, otra vez las heridas abiertas de par en par.

Pero, no pudimos evitar lo inevitable, los periĆ³dicos de Murcia se hicieron eco de la noticia en muchas de sus ediciones mostrando fotografĆ­as de la dotaciĆ³n en las que se reconocĆ­a claramente al tĆ­o JoaquĆ­n.

Y asĆ­, una prima hermana suya que vive en Cobatillas, llegĆ³ un dĆ­a a casa con un periĆ³dico y ambas trasladaron su corazĆ³n y su alma a aquellos lejanos dĆ­as en que su ser querido, despuĆ©s de amarlas, las abandonĆ³ para siempre sin despedirse del todo.

Desde ese dĆ­a y hasta que muriĆ³ un veintisiete de mayo del aƱo dos mil, mi madre no tuvo consuelo.

De pronto, como si todos los demĆ”s recuerdos hubieran quedado en un especial limbo, el hermano ocupĆ³ todo su pensamiento y todas sus palabras.

Por eso, en su ataĆŗd, lugar de descanso eterno, yo le puse bajo los pies una foto de Ć©l, para que la acompaƱara en su Ćŗltimo viaje y siempre estuviera junto a ella.

Por quƩ escribƭ el libro

Desde que la Armada espaƱola certificĆ³ la autenticidad del pecio del submarino C-3 en mil novecientos ochenta y ocho, las noticias en forma de reportaje periodĆ­stico, radiofĆ³nico y televisivo se sucedieron sin parar.

En ellas se hablaba del proyecto de reflotar el sumergible y las familias de las vĆ­ctimas formamos una AsociaciĆ³n con el Ć”nimo de que asĆ­ se hiciese para enterrar a los muertos de aquella tragedia y, de ese modo, poder cerrar el duelo por ellos

A principios de enero del aƱo dos mil dos, mi hermano que vive en Murcia recibiĆ³ una llamada de Adelina, la mujer de RamĆ³n ā€œel Mauricioā€, vecinos del pueblo y muy queridos por nuestra familia.

El mensaje de la llamada bien podrƭa formar parte de una novela de Gabriel Garcƭa MƔrquez y su escritura de prodigios.

Adelina le contĆ³ a mi hermano que la habĆ­a llamado una gran amiga suya que vivĆ­a en Cartagena para decirle que se habĆ­a enterado por la prensa de que posiblemente reflotarĆ­an al C-3 y sacarĆ­an los restos de los marinos en Ć©l enterrados.

Solita, que asĆ­ se llamaba esta amiga, querĆ­a saber si quedaba algĆŗn familiar de JoaquĆ­n que quisiera sus restos porque si no era asĆ­, ella estaba dispuesta a reclamarlos para que los enterraran con ella.

Solita tenĆ­a a la sazĆ³n ochenta y seis aƱos y, entonces, ya viuda y con dos hijos, habĆ­a decidido romper su silencio y contar su secreto mejor guardado.

Se habĆ­a prometido con el tĆ­o JoaquĆ­n el dĆ­a que Ć©l se fue para no volver, fue la Ćŗltima persona que lo vio en tierra antes de embarcar a su destino final, era su novia viuda.

Cuando mi hermano me dio la noticia recordĆ© vagamente que mi madre me habĆ­a hablado de ella, ā€œEl tĆ­o JoaquĆ­n pretendĆ­a a una chica que era maestra, se llamaba DoƱa Solitaā€.

Todo el mundo en la familia lo sabĆ­a pero, al parecer, despuĆ©s de la tragedia no quedĆ³ lugar para nada que no fuese el dolor y Solita se perdiĆ³ en el Ć©ter.

La llamƩ y fui a conocerla, en cuando que nos vimos supimos que Ʃramos la tƭa y sobrina que el destino nos habƭa negado.

Me contĆ³ muchas cosas y encontrĆ© tanto amor intacto en ella que me dije a mĆ­ misma que esa historia, esa humilde y tierna historia, habĆ­a que plasmarla de algĆŗn modo, para que no se olvidara, para que a las palabras no se las llevara el viento.

AsĆ­ naciĆ³ el libro, nutrido por tanto y tanto amor como aquel ser especial logrĆ³ inspirar en todos los que lo conocieron y para que se sepa que Solita, su gran amor, a sus noventa y un aƱos, le sigue rezando un rosario todas las noches.

CĆ³mo se publicĆ³

Yo no soy escritora pero me propuse soslayar ese hecho evidente redactando, con el mayor de los mimos, hechos y recuerdos.

Tuve que buscar mucho en la Historia para extractar lo significativo para mƭ, pasƩ dƭas interminables estudiando y ordenando los recuerdos y vivencias, le robƩ mucho tiempo al tiempo.

Como dije anteriormente, soy Ingeniero AgrĆ³nomo y trabajo como TĆ©cnico de AdministraciĆ³n Especial en la Universidad PolitĆ©cnica de Valencia. SabĆ­a del gran amor hacia la creaciĆ³n literaria que sentĆ­a el entonces Rector de la InstituciĆ³n y a Ć©l me dirigĆ­ para presentarle mi proyecto cuando el libro estada totalmente acabado y maquetado.
Le dejƩ una copia los dƭas previos a las vacaciones de Navidad del aƱo dos mil dos.

A la vuelta, sobre la mesa de mi despacho, tenƭa una carta suya en la que me decƭa que habƭa leƭdo el libro, que le habƭa emocionado y que consideraba adecuado incluirlo en los fondos bibliogrƔficos de la Universidad.

Me remitĆ­a a la Jefa de Publicaciones de nuestra InstituciĆ³n, con la que Ć©l ya habĆ­a hablado, para que se publicase cuanto antes.

En el mes de febrero del aƱo dos mil tres, el libro veƭa la luz.

Para mĆ­ fue como un sueƱo hecho realidad, el sueƱo que recuperaba ā€œLos sueƱos perdidosā€.

Y sentĆ­ que todo habĆ­a sido posible gracias a una tierna mano que habĆ­a guiado la mĆ­a como un motor que dirige una nave hacia el puerto de la Memoria.

Algunos hechos para la reflexiĆ³n

Serƭa interesante poder responder a algunas preguntas que me he ido planteando desde que el submarino C-3 fue hallado, en el aƱo de gracia de mil novecientos noventa y ocho, en plena democracia, y comenzaron a verterse rƭos de tinta sobre Ʃl.

La primera que me asaltĆ³ como un zarpazo, fue enterarme que algunos familiares de los tripulantes no querĆ­an saber nada de ellos. Ɖstos se convertĆ­an, de esta manera, en ā€œdesaparecidos, olvidados y renegadosā€. Me pareciĆ³ tal la crueldad que aĆŗn me cuesta encontrar una explicaciĆ³n a semejante desatino. ĀæAĆŗn dura aquella guerra? ĀæTodavĆ­a se considera que aquellos pobres servidores de la Patria eran unos malnacidos? ĀæSiguen en el infierno como tantas veces me dijeron en el colegio de pequeƱa?

Me pregunto tambiĆ©n por quĆ© un marino, amante de la Mar y de los hombres de la Mar, buen historiador e instructor de submarinistas en la Base Naval de Cartagena, tuvo que grabar, con una cĆ”mara de vĆ­deo domĆ©stico a uno de los supervivientes del hundimiento, D. Isidoro de la Orden IbƔƱez, y, asĆ­, recoger su testimonio poco antes de morir Ć©ste en agosto de mil novecientos noventa y siete. ĀæNadie antes pudo o quiso escucharlo?

QuizĆ”s alguien sepa del porque unos familiares claman que los suyos no eran ā€œrepublicanosā€ y que, incluso ā€œeran amigos de los curasā€. ĀæSer republicano es o era malo? ĀæTener o no tener relaciones con el clero es mejor o peor para determinar la humanidad, la valentĆ­a o la dignidad de alguien?

He tenido el dudoso honor de conocer a un familiar muy allegado de un marino que ā€œibaā€ en el C-3.
Hombre culto Ć©l, catedrĆ”tico de Universidad, me dijo que lo Ćŗnico que Franco habĆ­a hecho mal era no haber matado a cinco millones de espaƱoles en lugar del millĆ³n que aseguran las crĆ³nicas. Y, aƱadiĆ³, ā€œsi asĆ­ lo hubiera hecho, EspaƱa serĆ­a hoy un gran paĆ­s exento de rojos facinerososā€. ĀæSerĆ­a como me dijo? Me espeluzna el pensamiento.

ĀæAlguien cree que se puede seguir dando pĆ”bulo a un marino que faenĆ³ en dos submarinos durante la contienda, desertĆ³ de uno de ellos, le perdonaron la ā€œfaltaā€ trasladĆ”ndolo a otro que fue hundido ā€œcasualmenteā€ el dĆ­a que Ć©l desembarcĆ³ por un supuesto permiso? Porque, Āæa uno le dan un permiso cuando esa misma noche el submarino se va a hacer a la mar?

Tengo mƔs preguntas, espero las vuestras

Rita Campillo Ruiz

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